De todas las preguntas que me hizo la policía, no fui capaz de responder una sola. -¿Intentó tocarte en algún momento?- No, respondí en mi cabeza. -¿Te amenazó? ¿Te golpeó?- No, repetí en mi cabeza. -Se que esto es difícil para ti Clara, pero necesito que me digas exactamente lo que ocurrió, de lo contrario, temo que no podremos ayudarte.- La mujer en uniforme se cruzó de brazos, recargándose en la silla. Fijó la mirada brevemente en una carpeta beige que había en la mesa en medio de ambas antes de fijar sus ojos en mí y volver a hablar. -¿Por qué llamaste a 911, Clara? ¡Porque tengo miedo! Quería gritarle a la cara. Pero, ¿cómo acusas a alguien de darte miedo? Quiero decir, ¿cómo acusas a alguien de mirarte a los ojos de tal forma que tu cuerpo entero se paraliza? ¿De tal forma que tu mente grita: corre? No hay acusaciones de ese tipo; no existen.
Y Dios, como llegué a desear que lo hicieran.
Trato de enfocarme en un momento. El primer momento que me hizo sentir así, pero por más que intento, no logro encontrarlo. No lo encuentro porque no existe. Porque con él siempre fue así.
El señor García era el típico vecino bueno, vivía solo y procuraba su hogar todos los días con cariño. Regaba su jardín, sus flores, pintaba su cerca, limpiaba sus ventanas y lavaba su camioneta; parecía tan normal. Demasiado normal si me preguntan. Y yo, era su vecina. Jamás hablé con él, todo siempre eran miradas, sonrisas y ademanes. Sea lo que fuera, mi miedo continuaba creciendo conforme más frecuente lo veía y más cerca lo tenía. Era un miedo que comenzaba a crecer desde el centro de mi estómago y se esparcía por todo mi cuerpo.
Comenzó a verme desde su ventana. Había colocado un sillón justo frente a esta, la cual daba hacia mi recámara. No tenía el más mínimo descaro, y tampoco procuraba ser disimulado, pues se pasaba horas sentado ahí sin hacer nada, observándome. Todas las tardes iba a su sillón con una taza de café humeante, e incluso, las veces que me atrevía a mirar para ver si estaba allí, levantaba su taza sonriendo. Dejé de bañarme y cambiarme en mi propio cuarto hasta que instalaron unas cortinas mas gruesas, pues las que tenía eran muy delgadas y transparentaban todo. Pero eso no cambió nada. Sin importar lo oscuras que fueran mis cortinas, cada vez que las subía para dejar entrar la luz del día, el seguía allí, sentado en su sillón, con la misma cara de satisfacción.
Dejé de dormir bien. Ahora no solo me observaba en las tardes, si no que también por las noches. Es por eso que decidí comenzar con el ejercicio. Ir a correr se volvió una escapatoria y una distracción para mi, pues no sentía su constante mirada todo el tiempo sobre mí. Corría por la mañana, corría por la tarde, corría por la noche. Todo dependía del momento en que el pánico se apresaba de mí. Pero igual que todo lo demás, eso también cambió.
Era una noche tranquila como cualquier otra cuando estaba trotando a unas cuadras de mi casa. Ya lo había hecho antes, por lo que conocía la ruta perfectamente. Llevaba solo un auricular puesto, ya que a la mayoría de las chicas se les enseña a caminar con uno solo puesto para escuchar lo que pasa a su alrededor. Lo que nunca te enseñan es a cómo actuar si de verdad algo te llegara a pasar. Justo como me pasó a mi.
Comencé a disminuir el trote cuando llegué a mi cuadra. Mis padres habían ido a cenar, así que que la casa estaba vacía. Además eran vacaciones, así que muchas personas habían salido de viaje, dejando la calle prácticamente sola.
Excepto por una persona.
No hizo falta voltear para saber que estaba detrás de mí. Las luces de su camioneta comenzaron a intensificarse, y mi trote también. Me estaba siguiendo. Corre. Repetía mi mente. Pero mi cuerpo no reaccionaba. La camioneta alcanzó mi trote y mi cuerpo se paralizó de miedo. Abrió la ventana. No me atreví a voltear. Mi cuerpo por fin recuperó la conciencia y corrí lo más rápido que pude hasta llegar a mi casa. Llegó justo detrás de mi. Cerré todas las puertas con seguro al igual que las ventanas y las persianas. Subí lo más rápido que pude a mi cuarto y eché el seguro. Estás a salvo. Traté de convencerme. Estás a salvo. Una canción comenzó a sonar. Caminé hacia mi ventana y, de la esquina de la cortina, miré al otro lado. Su camioneta estaba estacionada, las luces de su casa apagadas. Volteé a su ventana. Mi vecino estaba sentado en su sillón en la oscuridad, escuchando su radio y viendo a mi oscura persiana con una paz absoulta. Yo lo podía ver a él, y aunque yo sabía que el no a mí, su expresión me decía lo contrario.
Corrí al teléfono y llamé a la policía. En menos de 5 minutos ya habían llegado y comenzaron las preguntas. Pero mi estado de shock solo me permitía soltar sonidos irreconocibles. Me llevaron a la estación de policías para continuar con el interrogatorio y para tomar mi declaración de lo sucedido. No pude responder ninguna pregunta. La policía dio por cerrada la investigación y volví a casa. Casa. Que palabra tan sencilla y cálida. Todos siempre damos por hecho lo que creemos que siempre tendremos, hasta que un día, alguien te lo arrebata.
Hoy, 7 de Agosto de 2002, cumplo 3 años secuestrada en el sótano de mi vecino. Desde aquí puedo ver mi casa, a tan solo unos metros de mí, gritando que regrese. No importa cómo llegué aquí, lo importante es que lo hice, y que nunca hice nada para evitarlo. Estuvo en mis manos el haber pedido apoyo, el haber dicho todo lo que cruzaba mi mente y lo que me aterraba. Mamá, tengo miedo. Papá, alguien me acosa. Aquellas conversaciones que pudieron haber cambiado el curso de mi vida. Él me trajo aquí, sí. Pero fue también mi silencio quien me acorraló con el protagonista de mis pesadillas. ¿Y lo que es aún peor? -Cállate y coopera. No quiero que tus gritos nos delaten a los dos.- Lo peor es que será él ahora, el que me mantenga con vida.
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