Ya no es tanto el dolor físico. “Tanto”, porque me siguen punzando uno que otro. El que está al lado del ojo es el peor. Me dan migrañas que parecen que nunca van a terminar, y hacen que viaje a lugares oscuros, en los que temo estar metida. Ya es la quinta, sexta, ¿décima vez? Una más, una menos. No me gusta mucho contarlas. Sea una o la otra, aquí sigo metida, esperando a que regrese a casa.
Hoy le hice una pasta, es de sus favoritas. Además, pienso que se siente mal por lo que hizo ayer, por lo que seguramente vendrá con un ramo de rosas preciosas a disculparse por perder así la cabeza.
Ah. Demasiada sal. Voy a tener que repetir la pasta.
A Sergio le molesta mucho el condimento, y me lo comentó una vez mientras estrellaba mi cabeza contra la pared. Es que soy terca, tardo en entender.
¡Es sencillo, Maribel! Golpe. ¡De no haberle puesto tanta sal, -golpe, golpe, golpe- no estaríamos aquí! Golpe.
Ah. Me siento muy mareada. Voy a sentarme un momento. ¿Por qué hay sangre en mi…mejilla? Cabeza, ceja, labio, boca, nariz- todas a la vez, ¿supongo? ¿Y dónde está la pasta que hice? ¿Qué día es hoy?
Ah, Sergio, amor. Ahí estás. ¿Por qué tienes un cuchillo en la mano? ¿Vas a terminar de cocinar por mí, cielo?
Pero dame unos minutos, ¿sí? Voy a cerrar los ojos un momento, hasta que deje de sentir este dolor que me impide respirar.
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