Epifanía del Valor de Mercado


¿Y si soy la única que se ha convertido en juguete?

Un juguete que perdió valor en el mercado, pero que alcanzó a ser vista por algunos cuantos ojos antes de ser descontinuada. De vez en cuando, los niños recuerdan que todavía existo, y que estoy guardada hasta el fondo del que antes era su cajón favorito. Me ven cada navidad cuando llegan sus nuevos juguetes, y comienzan a ordenarlos frente a mí, de más a menos importante.

Y hasta atrás, estoy yo. Ya establecieron sus prioridades. Pero aún así, al verme recuerdan que alguna vez fui un juguete impecable. Uno que contenía sus risas, lágrimas y enojos. Que aguantó las pintarrajeadas y los golpes torpes contra el suelo, mientras se hacían una idea de cómo sacarme provecho. Volver a verme en el cajón los transportaba con nostalgia a aquellos días. Por eso no me pueden tirar todavía. Pero tampoco continuar usándome, pues ya no les traigo la felicidad de antes. Ya era un juguete desgastado, roto y feo. Había perdido valor en el mercado.

Lo que nadie sabe, es que alguna vez fui una niña también. Una niña de verdad. Pero devoré todas las expectativas de la gente, volviéndolas mi realidad y haciendo de ellas una meta a seguir- una inalcanzable. Me convertí en una niña moldeable, capaz de adaptarse a las posibles necesidades de las personas. Reprimí mis propios sueños y necesidades, y poco a poco fui convirtiéndome en un juguete.

Aquí es donde se complica el rompecabezas.

Después de convertirme en un juguete complaciente y funcionar así por años, comencé a desgastarme, despintarme, deformarme y romperme; porque aunque me hubiera vuelto un juguete, seguía siendo el único que conservaba su alma de niña. Y muy dentro, junto a ella, yacían sentados en sillitas mis sueños y anhelos. Cuando me guardaron en el cajón, pasé muy malos ratos. Me sentía triste, desechada. Quería volver a ser útil, y pensaba que había sido culpa mía haber terminado en ese solo y oscuro lugar; entre tantos juguetes sin alma. Quise cambiar otra vez. Volver a tener valor.

Pero entonces caí en cuenta- tuve una Epifanía. Todo aquello no se trataba del valor que había tenido alguna vez en el mercado, ni de trabajar noche tras noche para recuperarlo. La única forma de convertirme en una niña otra vez, era dejando de plasmar mi valor en las manos de otros. Era valorándome a mí misma, y, por sobre todas las cosas-

destruyendo la idea del maldito valor de mercado.


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